martes, 25 de agosto de 2009

Cap.4 "Mi príncipe oscuro"

Fue entonces cuando sentí su presencia; el habitáculo en penumbra no era más que un mero escenario cuando aquella mortífera fragancia penetró por cada poro de mi cuerpo inmaculado; ya nada existía. Su torso pétreo refulgía en la penumbra sin más necesidad que el gélido y nervioso vaho de mi aliento. Sus manos habilidosas desgarraron mis ropas con fuerza; el solo roce de sus labios carnosos contra mi cuerpo desnudo me hacía estremecer. En ese momento me di cuenta de que no se podía tratar de un ser de mi misma condición. Sus afilados colmillos arañando suavemente la fina piel de mi pecho mientras entraba y salía de mí sin cesar me hacían gemir de placer. Nuestros cuerpos hicieron uno mucho más allá de aquella cámara en tinieblas. Ya nada más me importó hasta que una fina línea de luz comenzó a penetrar por un recodo de la habitación. Cuando quise darme cuenta, mi príncipe de mármol había desaparecido al trasluz del alba.
Pasó el tiempo y una parte de mí seguía encandilada por sus susurros, mi piel no quería desapertar de su abrazo. Ni siquiera mis más poderos conjuros eliminaban su fragancia de cada resquicio de mis rpas raídas. Al cabo de un mes y palpando mi vientre endolorido pude darme cuenta de que no era mi alma la única que anhelaba mi presencia.
A medida que mi interior sa iba ensanchando para dar lugar a una burda réplica de el ser que violó mi pura inocencia, era tal el trastorno de mi mente que apenas recordaba mis constantes alaridos nocturnos aclamando un nombre que mi boca no sabía pronunciar. Tras varios meses los aldeanos se aventuraron a dictaminar que aquello que portaba en mis entrañas no podía ser sino obra del mismísimo Lucifer. Cuando quise resistirme numerosos brazos apresaban mi frágil cuerpo a un poste de madera podrida, mientras el pueblo aclamaba y los niños lloraban de desconcierto. Una chispa encendió la noche y mis ojos refulgieron de pánico.
Y fue entonces, mientras el fuego fatuo avivaba en mí una resistencia a la muerte que jamás había experimentado en vida, cuando las fervientes ansias de venganza afloraron en mi cuerpo preso, inm´vil, ya casi inerte, me di cuenta de que ya nada podía hacer para recuperar al príncipe de mis delirios, y de que, de todas formas, ya nada importaba; pero a pesar de aquel calor inhumano una lágrima de hielo resbaló por la máscara de carbón que hubo sido mi mejilla. Mi cuerpo ardía putrefacto, pero dos almas lloraban, una dentro de la otra.

1 comentario: